Devoción callejera
Desde tiempos remotos se han colocado pequeñas estructuras para cobijar imágenes expuestas a la veneración de los viandantes en los exteriores de los edificios.
Tuvieron gran difusión estas pequeñas capillas callejeras desde el siglo XVI como medio propagandístico de la doctrina trentina, encontrando la piedad popular un vehículo para materializar sus devociones en ellos.
Desde el siglo XVIII se les llamó retablos y, aunque su creación obedece al llamamiento a la devoción, estos siempre han tenido una función estética y ejerciendo, por ello, como elemento tradicional de exorno en los diferentes espacios públicos de la ciudad.
En el siglo XIX, su uso decaerá resurgiendo con fuerzas renovadas en el centuria pasada, aunque perdiendo su función cultual, es decir, la imagen representada es tan solo evocación de otra imagen, objeto de la real veneración.
Esto último hace posible que se puedan colocar en cualquier sitio por inusual que parezca: lugares de trabajo, tiendas, garajes, talleres, bares y tabernas. Igualmente, se opta por un material más duradero como es la cerámica, denominándose desde entonces como retablos cerámicos.
Todo ello explica que, a partir del siglo XX, sean las propias hermandades y cofradías penitenciales las que impulsen la colocación de retablos cerámicos en las calles, evocando la efigie de sus más veneradas tallas.
En el caso de nuestra Archicofradía, contamos con varios retablos en el callejero de nuestra ciudad malacitana. No son exactamente propiedad de nuestra Corporación, pero al representar a nuestros Sagrados Titulares, queremos hacer una breve reseña de los mismos, por el valor sentimental que tienen para nuestra Archicofradía.