Reliquias del Cristo Primitivo

La quema de conventos de 1931

Nuestra Archicofradía, a lo largo de sus más de cinco siglos de historia, ha tenido períodos en los que ha vivido momentos de gran apogeo y otros en los que ha tenido que enfrentar grandes dificultades. Quizás, los momentos más oscuros que esta Corporación haya tenido que vivir fueron los que acontecieron entre el 11 y el 12 de mayo de 1931, como tantas otras Hermandades y Cofradías de nuestra ciudad: la quema de conventos, también llamados los Sucesos de mayo de 1931.

Tras el primer asalto que no pudo evitar Antonio Gavilán, párroco de la iglesia de la Merced, y que se produjo alrededor de la una de la madrugada del 12 de mayo de 1931, los grupos anticlericales se reunieron de nuevo en la plaza a eso de las ocho de la mañana.

Después de dos intentos fallidos, los asaltantes lograron evitar a los guardias apostados en la iglesia para defenderla y penetraron en la misma tras derribar sus puertas. Eran las diez de la mañana. Pese a los intentos de evitar una catástrofe mayor por parte de las fuerzas de seguridad (no entraremos aquí en si con mayor o menor empeño), finalmente la iglesia vuelve a arder. Podemos hacernos una idea de la virulencia de este ataque al saber que el incendio no pudo ser extinguido hasta las dos y media de la madrugada del día siguiente.

Frente a la iglesia, ante su fachada principal, se levantó una de las hogueras donde, según Narciso Díaz de Escovar, ardieron la mayoría de las imágenes sacras, entre ellas, el Primitivo Sagrado Titular de nuestra Archicofradía: Nuestro Padre Jesús de la Sangre.

Nuestro Padre Jesús de la Sangre: Primitivo Titular

Indiscutiblemente, el primitivo Cristo de la Sangre era una talla de notable calidad artística en la que destacaba el modelado de su expresiva cabeza, sin corona de espinas para llevarla superpuesta, con amplia cabellera cuyos rizos pendían sobre sus hombros encuadrando su cara, nota manifiestamente arcaica de matiz gotizante. La boca entreabierta en la que se apreciaban los dientes y los ojos semicerrados contribuían en gran manera a la patética expresión de su rostro moribundo.

Cristo pende muerto del madero, con cuidada y sobria anatomía, caída la cabeza al lado derecho con gesto de patética angustia y el torso vuelto hacia el mismo lado. Sus piernas, sujetas por un único clavo, son delgadas y encogidas, lo que las hacen sensiblemente cortas, un defecto que se disimula al ser colocado en alto y con la rigidez del paño de pureza que, convencionalmente plegado, contrasta con el naturalismo que apunta en general la devota imagen.

Dicha pureza, por sus angulosas dobleces, pudiera recordarnos a ciertas características góticas, mientras que las diversas marcas, paralelas de dos en dos, que recorren todo el divino cuerpo del Redentor, son claros signos del barroco que imperaría posteriormente como idealización de la pasión sufrida por Cristo y que sirvieron en la escuela andaluza para dulcificar las representaciones pasionistas, alejadas de aquellos simulacros cruentos de las zonas castellanas.

Sobre la hechura de Nuestro Padre Jesús de la Sangre, no existe documentación que aporte ninguna autoría ni ninguna fecha. Es por ello, que existen multitud de opiniones contradictorias y diversas.

Alberto J. Palomo Cruz refiere que alrededor del segundo tercio del siglo XVI, la Archicofradía debió poseer, en propiedad o adquiridas, dependencias pertenecientes al convento de la Merced, algo que debió ser casi contemporáneo a la adquisición de la imagen del Crucificado y cuya tipología se adaptaba a los modelos artísticos imperantes en el siglo XVI. Añade, también, que ya a mediados de esta centuria, existen menciones al Cristo de la Sangre.

Por otro lado, Rafael Rodríguez Puente coincide en que, posiblemente, la talla fuera realizada en el segundo tercio del siglo XVI, dato que aporta gracias a que puede apreciarse la efigie de un Crucificado en una hoja volandera impresa en Málaga, en la librería de don Félix de Casas Martínez, frente al Santo Cristo de la Salud, incluida en la obra Romances en pliegos de cordel, de Manuel Alvar, quien estudió una colección malagueña del siglo XVIII. Dicha imagen representa, en una versión simplificada, la iconografía de la Preciosísima Sangre de Cristo justo a dos nazarenos; además, la representación cristífera parece representar ciertas características de la fisionomía del Cristo que conocemos por fotografías.

En un intento de encuadrar con un poco más de certeza la fecha de la ejecución, en la obra de Llordén y Souvirón se puede leer lo siguiente: “Era de indudable factura, origen y estilo italiano. Y por añadidura, de tal porte renacentista, que sin duda podíamos catalogarla como obra de la segunda mitad del siglo XVI. Ello nos da a entender (aunque la tradición nos presente la imagen como aparecida en una tempestad) que debió venir de fuera, posiblemente de Italia”.

Pareciera, pues, que Nuestro Padre Jesús de la Sangre pudo ser obra de mediados del siglo XVI. No obstante, Agustín Clavijo García, en el segundo tomo de su obra La Semana Santa Malagueña en su iconografía desaparecida Semana Santa en Málaga, recoge diversas noticias sobre la autoría y la posible fecha de la ejecución del Santísimo Cristo. Por un lado, la opinión de la prensa cofrade de inicios del siglo XX, que la atribuye a Alonso Cano, en un claro intento de dignificar sobremanera la portentosa talla; y de otro lado, refiere también que, según Temboury Álvarez, el crucificado fue tallado en 1604, aunque esta afirmación no se apoye en ningún aporte documental. Sin embargo, Clavijo reconoce que la desaparecida imagen tenga afinidades con la escuela granadina de principios del siglo XVII, aportando la posibilidad, además, de que fuera obra de Pablo de Rojas o de algún discípulo o colaborador directo. Por tanto, retrasa la ejecución de la talla respecto de lo que veníamos comentando.

Ya fuera obra realizada a mediados o del segundo tercio del siglo XVI, o incluso de principios del siglo XVII, no cabe duda de que la efigie de Nuestro Padre Jesús de la Sangre despertaba en los malagueños tal devoción y admiración que, pese a todos los avatares históricos sufridos, inclusive su desaparición, permanece aún en la memoria colectiva su devoto recuerdo.

Las reliquias: rodilla y clavos

Tiempo después de los devastadores sucesos que acabamos de reseñar arriba, la familia del cofrade Juan Moreno, quien había recogido de los restos calcinados del Santísimo Cristo en la plaza de la Merced un trozo de la pierna derecha, de la rodilla para abajo, cede esta reliquia a nuestra Corporación. Esta pequeña reliquia de la efigie, constituida por un delicado trozo carbonizado de la misma, fue considerada durante mucho tiempo como el único resto material que quedó de la talla.

Sin embargo, nuestra Corporación pudo recuperar parte de los clavos que sujetaron al Crucificado a la cruz, gracias a la donación realizado, en 2024, por José Luis Terol Alonso, nieto de María García García, quien en aquella mañana del 13 de mayo de 1931 había indicado a su criada que fuera, junto a su hija mayor, María Alonso García, a las inmediaciones de la plaza de la Merced a realizar algunas compras.

La criada, al llegar a la mencionada plaza, observó cómo los restos de las imágenes y objetos sacros de la iglesia de la Merced aún humeaban frente a la puerta principal, percatándose de que aún se adivinaban los restos de la cruz de Nuestro Padre Jesús de la Sangre y que, en sus extremos, aún permanecían los clavos que sujetaban la venerada imagen al madero. Queriendo rescatar los clavos, pero sin llamar la atención de la turba, la sirvienta envió a la pequeña María Alonso García a recogerlos. Una vez salvados, la sirvienta se los ofreció a su señora, que los guardó durante toda su vida y a los que profesó gran devoción haciéndolos objeto de su culto personal y diario.

Varias décadas después, a inicios del año 1960, toda la familia Alonso García emigró a Brasil. María García García llevó junto a sus objetos personales los clavos del Cristo de la Sangre. No obstante, en 1962, su hija María del Pilar Alonso García, junto a su esposo, deciden volver a España. Ante esta circunstancia, María García García le entrega parte de aquellos clavos a modo de reliquias protectoras, concretamente los que sujetaban el INRI y la corona de espinas.

Desde entonces, fue María del Pilar Alonso García quien conserva y hace objeto personal de culto los clavos que su progenitora le había confiado. En numerosas ocasiones expresó su voluntad de devolver esos clavos a su legítimo dueño: el Santísimo Cristo de la Sangre y, por ende, a esta su Archicofradía. Transcurridos los años, María del Pilar Alonso García fallece el 17 de diciembre de 2023, a los 95 años de edad, pasando las férreas reliquias a su hijo, José Luis Terol Alonso.

La divina providencia quiso que José Luis Terol Alonso coincidiera un día con Ramón Varea, Hermano Mayor de la Cofradía del Rico, y otro miembro de la citada Corporación a los que relata la historia de los clavos. Sorprendidos por la transcendencia e importancia de la historia y de los sacros objetos, le instan a que cumpla el deseo de su madre y, gracias a su mediación, logran ponerlo en contacto con nuestra Hermana Mayor, Laura Berrocal, que lo recibe en nuestra Casa Hermandad el 21 de marzo de 2024, Jueves de Pasión, recibiendo de José Luis Terol Alonso los clavos de Nuestro Padre Jesús de la Sangre, cumpliendo así los deseos de María del Pilar Alonso García.

Descripción de los clavos

Los clavos que María Alonso García recogió de los restos carbonizados de la plaza de la Merced, son varias piezas de la misma tipología, aunque no todos sean exactamente iguales.

Los que se debieron corresponder con aquellos que sujetaron las manos y los pies del Santísimo Cristo al madero son de cabeza cuadrada, como el propio cuerpo de los mismos, de unos 35 centímetros de longitud aproximadamente, terminados en rosca y rematados por una tuerca final de forma cuadrada también.

Del mismo aspecto que los anteriores, pero acabado en punta y con tan solo 20 centímetros de largo, se recuperó el clavo que se encontraba en la parte más alta de la cruz y que debió sujetar a esta el titulus crucis.

Finalmente, se rescataron también un número inexacto de clavos de entre las cenizas donde debió estar la cabeza del Cristo y que, con sus 4 o 5 centímetros de longitud, debieron fijar la corona de espinas a las sienes de la efigie.

Los que hoy posee nuestra Archicofradía, el que sujetó el INRI y algunos de la corona de espinas, constituyen sin ningún género de duda una verdadera reliquia de la anterior imagen a la que nuestra Archicofradía rindió culto en la iglesia de la Merced por tantos siglos.