En el día de hoy, queremos compartir con nuestros hermanos y devotos el mensaje que el Rvdo. D. Salvador Javier Guerrero Cuevas, Delegado Episcopal de Hermandades y Cofradías, ha querido compartir con todos los cofrades de cara a una nueva Cuaresma y Semana Santa 2021.
Podéis leerlo a continuación o descargarlo aquí.
«Cuando los sones de los villancicos callan y Jesús, caminando con sus discípulos, nos comienza a mostrar su misión en medio del mundo, llega de nuevo el tiempo de Cuaresma: tiempo esperado y vivido como fundamental por todos los católicos del mundo y tiempo especialmente amado y vivido por todos los cofrades, que en las imágenes del Señor en su Pasión y la Virgen Santísima, encontramos alimento que fortalece la fe y nos ayuda a caminar por las sendas de la vida.
Este año acogemos la Cuaresma desde el momento actual de pandemia que estamos viviendo. La situación por desgracia no es nueva; ya el año pasado sentimos la crudeza de esta enfermedad que nos ha atacado de lleno. Pensábamos que lo podíamos controlar todo y, lo más básico, nuestra vida, cae víctima de una criatura microscópica. Esta enfermedad ha traído sufrimiento, dolor y muerte a nuestro alrededor; por otro lado, nos ha hecho descubrir que no estamos solos: que la decisión de uno, que la responsabilidad de uno es fundamental para salvaguardar la vida de todos…y, de esta manera, la responsabilidad comunitaria es la que nos ayuda -con la gracia de Dios- a luchar y vencer a esta enfermedad con la ayuda de todos los servicios de investigación, sanitarios, fuerzas y cuerpos de seguridad del estado y asistenciales a los que nunca podremos agradecer su entrega sin medida.
El pasado año no pudimos participar del Triduo Pascual, eje primordial de nuestra fe, ni pudimos procesionar a nuestros Sagrados Titulares, pero no por ello dejamos de vivir con una intensidad especial esos días santos.
En nuestra soledad sentíamos la fortaleza de aquel que entregó su vida para salvar la nuestra. En lo perdido de esta pandemia, María, siguiendo a su Hijo, nos señalaba con fuerza que el camino de la Cruz es camino redentor – que nos alienta, alimenta, fortalece – y que la entrega, pasión y muerte de nuestro Señor es el preámbulo de lo que da sentido a nuestra fe y, por tanto, a nuestra Semana Santa “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado.” (cf. Lc 24, 5-6)
Nos dice el Papa Francisco, en la Audiencia General del Miércoles de Ceniza del año pasado, que para entender la Cuaresma tenemos que imaginar que estamos en un desierto. Lo primero que descubrimos es que estamos rodeados de un gran silencio que nos obliga a desconectarnos del mundo que nos rodea. Esa desconexión, ese silencio nos invita a “hacer espacio a otra Palabra, la Palabra de Dios, que como una brisa ligera nos acaricia el corazón (cf. 1 Reyes 19,12)”.
Abriéndonos a esa Palabra, a esa presencia divina, en el desierto de nuestra vida “se encuentra la intimidad con Dios, el amor del Señor”. Jesús se retiraba con frecuencia a lugares desiertos a rezar (cf. Lc 5,16), enseñándonos “cómo buscar al Padre, que nos habla en el silencio”. Es fundamental la oración en la vida del cristiano: necesitamos rezar, porque lo mismo que necesitamos el pan para vivir, necesitamos abrirnos a su presencia sanadora, porque “sólo frente a Dios salen a la luz las inclinaciones del corazón y caen las dobleces del alma”. Descubrimos en ese diálogo como “el desierto es lugar de vida, no de muerte, porque dialogar en silencio con el Señor nos da vida”.
“La Cuaresma es desierto, es tiempo de renunciar”. Nos invita el Papa a renunciar a tanto que nos aleja de Dios y del hermano, para dedicarnos a una “sana ecología del corazón, a hacer limpieza ahí”, para poder prestar atención a lo que cuenta, a lo esencial. ¡Cuántas cosas inútiles nos rodean!
El ayuno es el instrumento perfecto que nos ayuda a liberarnos de lo superfluo, de lo vano, para ir precisamente a lo esencial y, desde ahí, “buscar la belleza de una vida más sencilla”.
Y, por último, nos dice el Papa que el desierto es “lugar de soledad”. Si miramos a nuestro alrededor, ¡cuántas personas solas y abandonadas! ¡cuántas personas están en silencio viviendo con crudeza la pérdida de sus puestos de trabajo! ¡cuántas familias no tienen lo básico para poder llevar una vida digna! Todas ellas son situaciones que, desde el silencio, piden nuestra ayuda.
La oración y el ayuno nos tienen que llevar, ineludiblemente, a la caridad. El acercamiento a Dios, el trato con él; la lucha por desembarazarnos de lo superfluo de nuestra vida, nos tienen que llevar a estar muy sensibles con todas estas situaciones de dolor, en las que Cristo mismo se halla presente de una forma especial.
Desde que comenzó la pandemia, creo que muchos de nosotros la hemos vivido como un tiempo de desierto, de purificación. Desde la oración, el ayuno y, a raíz de esta situación dura que estamos viviendo, hemos redescubierto a Cristo que camina junto a nosotros y que se muestra de una forma especial en las situaciones más difíciles.
Como cofrades hemos sentido, junto a tanto dolor desatado por esta enfermedad, el sufrimiento de no poder estar cerca o procesionar a nuestros Sagrados Titulares; pero hemos tenido la dicha de poder centrarnos en otros pilares fundamentales de nuestras hermandades, que como cristianos y cofrades nos tienen que definir también en nuestra vida cotidiana. No hemos estado de brazos cruzados y, donde hemos visto oportunidad, hemos intentado mostrar el rostro amoroso de nuestro Dios en forma de material sanitario, alimentos, voluntariado, asistencia a personas que no tienen nada, y así un largo etcétera.
La Cuaresma se nos vuelve a presentar como una oportunidad: que aprovechemos cuando se nos imponga la ceniza para hacer propósito firme de acompañar a Jesús durante estas semanas cruciales donde nos va a anunciar su Pasión y Muerte, pero donde también se nos mostrará transfigurado para fortalecer nuestra esperanza. Que nos unamos de una forma especial a María Santísima en los momentos de la Pasión y Muerte de nuestro Señor, – celebrando los Santos Oficios- para sentir, como ella sintió, que en el dolor se gesta la esperanza, y en su Muerte y Resurrección, se halla el germen de la Vida que ha ganado para sus hijos y que da sentido a lo que somos y creemos.
Con el deseo de una Santa y fructífera Cuaresma y una feliz Pascua de Resurrección, recibid un cordial saludo.»
Salvador Javier Guerrero Cuevas
Delegado Episcopal de Hermandades y Cofradías